Práctica 10. La enseñanza en el año 2050. ChatGPT

Como especifican las instrucciones de la práctica, creo un pequeño relato de mi cosecha exponiendo el futuro que imagino en la enseñanza:

“En el año 2050 no es necesario asistir a clase. Solo un día a la semana se asiste de manera presencial más para socializar e interactuar con los compañeros que para tomar clases de manera presencial. No hay exámenes, no hay asignaturas entendidas como materias separadas unas de otras. No hay memorización, eso ya lo hacen los ordenadores. En el grupo-clase no todos tienen la misma edad. Mediante unos algoritmos ya desde los primeros años se encauza al alumno hacia las competencias más adecuadas a su inteligencia y personalidad. No hay currículum, el alumno elige lo que quiere estudiar según sus inquietudes. La gamificación es total, todo se enseña mediante juegos y simuladores. La enseñanza no acaba nunca, durante toda su vida las personas estudian y aprenden en programas de reciclaje y escuelas de adultos. La asignatura de religión hace mucho tiempo que desapareció de las aulas. Los profesores son meros supervisores del proceso de enseñanza y tienen la obligación de avisar a las autoridades si observan comportamientos extraños en el alumnado”.

Se lo introduzco al ChatGPT así, en crudo, sin avisar. Respuesta:

Este texto presenta una visión provocadora y distópica —aunque no del todo inverosímil— de lo que podría ser la educación en el año 2050. Puede ser interpretado como una crítica, una advertencia o simplemente una especulación futurista. Podría estar señalando los riesgos de una excesiva dependencia de la tecnología, la pérdida de la figura del docente como guía humanista, la deshumanización del proceso educativo o la eliminación de una educación integral en favor de la hiperpersonalización.

Le propongo que ya que ha abierto la vía de los futuros distópicos me proponga un relato al estilo de Ray Bradbury. Respuesta:

Perfecto. A continuación te presento una versión distópica del texto inspirada en el universo opresivo de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. He potenciado los aspectos deshumanizadores, el control social y la pérdida del pensamiento crítico, al estilo del clásico distópico:

Año 2050: Instrucción totalitaria

En el año 2050, la escuela ya no existe como espacio de reflexión ni de encuentro. Solo se permite una jornada presencial a la semana, controlada por drones de seguridad. No es para aprender, sino para vigilar que los vínculos afectivos no se conviertan en alianzas peligrosas contra el sistema. Las clases han sido sustituidas por entornos virtuales diseñados por la Corporación Central del Saber™, donde el entretenimiento es el único método permitido de aprendizaje. Todo se enseña mediante simuladores que premian la obediencia y castigan el pensamiento divergente.

No hay asignaturas. El conocimiento ha sido disuelto en una amalgama de competencias funcionales. La historia ha sido borrada, la literatura reducida a citas automatizadas. La filosofía está prohibida. La religión, suprimida por considerarse generadora de identidad y conflicto. El arte, digitalizado y neutralizado.

No existen exámenes: los algoritmos observan y evalúan sin necesidad de preguntar. Desde la infancia, cada ciudadano es asignado a una trayectoria vital prediseñada según su perfil psicológico. Nadie elige realmente qué aprender; el sistema elige por ti en nombre de la eficiencia.

Los grupos-clase son unidades de rendimiento donde conviven personas de distintas edades, pero con el mismo coeficiente de docilidad. No hay margen para la duda, ni para el error. Los ordenadores memorizan por ti, piensan por ti. Preguntar está mal visto; aprender, un acto de cumplimiento.

El profesorado ha sido degradado a meros vigilantes del algoritmo. Ya no enseñan, solo reportan. Su función principal es detectar comportamientos "anómalos": la curiosidad excesiva, el silencio persistente, la necesidad de leer en papel. Cualquier signo de humanidad es motivo de informe. Si un alumno muestra síntomas de pensamiento crítico, es retirado del programa y sometido a reeducación cognitiva.

La educación es ahora un ciclo infinito: nadie se gradúa, nadie termina. Los adultos rotan por centros de reciclaje neuronal donde se les reconfiguran las competencias según las necesidades del mercado. Aprender ya no es una opción: es una orden.

Los libros, si existen, están encriptados. Nadie recuerda cómo se siente pasar una página.

Le propongo tras esto que imagine un futuro más amable, a ver si se me pasa el “mal cuerpo”. Respuesta:

Claro, a continuación te presento una visión utópica de la educación en el futuro, como contrapunto amable y humanista a la distopía anterior. Esta versión parte de la idea de que el desarrollo pleno del ser humano es el centro del sistema educativo, que se apoya en la tecnología sin renunciar a la empatía, la libertad y la conexión con los demás y con el entorno.

Año 2050: La escuela del florecimiento

En el año 2050, la educación se ha transformado en una red de espacios vivos donde cada persona encuentra su lugar en el mundo y aprende a ser feliz. La escuela no es un edificio cerrado, sino un ecosistema abierto que se extiende por los bosques, las ciudades, los talleres, las bibliotecas y los hogares. Se aprende entre árboles, en el mar, en diálogo con científicos, artistas, artesanos y sabios de la comunidad.

La presencialidad no es obligatoria, pero es deseada. Al menos una vez a la semana, las comunidades de aprendizaje se reúnen para compartir lo vivido, para jugar, para crear juntos, para celebrar. No hay exámenes, pero sí narraciones de aprendizaje: cada persona cuenta su camino, sus descubrimientos, sus fracasos y logros, y recibe apoyo y orientación, no calificaciones.

Las asignaturas se disolvieron hace años en grandes ámbitos del saber: las artes de la palabra, los lenguajes del cuerpo, la ciencia del mundo, la tecnología de la cooperación, la sabiduría emocional, la justicia social. Cada persona explora estos territorios según su ritmo, sus intereses y sus pasiones, con la guía de educadores que acompañan con ternura, experiencia y respeto.

No hay memorización mecánica: los ordenadores y asistentes digitales ofrecen información al instante, pero los seres humanos aprenden a discernir, a pensar con profundidad, a sentir con claridad. La inteligencia artificial colabora, pero no sustituye. El pensamiento crítico y la creatividad son los pilares del sistema.

Desde pequeños, los niños y niñas son escuchados. Se reconocen sus talentos únicos, sus formas de aprender, sus sueños. No se les clasifica por edad, sino que comparten proyectos con personas de otras generaciones, en comunidades intergeneracionales que fomentan el respeto mutuo y el aprendizaje significativo.

La educación se entiende como un derecho y una alegría que dura toda la vida. Las escuelas de adultos florecen en todos los barrios y pueblos. Las personas mayores enseñan y aprenden, aportan su memoria y reciben nuevas preguntas. Aprender no es una obligación, es un deseo continuo de crecer.

La espiritualidad, la ética, el arte y la contemplación han vuelto a las aulas en formas libres y profundas. La asignatura de religión dio paso al conocimiento del alma humana, donde se exploran las diversas formas de búsqueda de sentido que han creado los pueblos.

Los docentes ya no son transmisores de contenidos, sino jardineros del talento, arquitectos de posibilidades, acompañantes del alma. Se les respeta, se les cuida, se les forma con mimo. No vigilan, no controlan: confían y despiertan.

Y sobre todo, en esta escuela del futuro, nadie olvida que educar es un acto de amor.

Bueno, eso está mejor… Le pido una opinión personal. De estas dos visiones y según la dirección que están tomando los acontecimientos históricos, ¿cuál sería la más cercana a suceder?  Respuesta:

Tu pregunta es muy pertinente y toca una tensión profunda entre los ideales y las realidades del mundo contemporáneo. Si consideramos cómo está evolucionando hoy la educación y la sociedad, la verdad es que ambas visiones —la distópica y la utópica— están en disputa ahora mismo. A continuación, te explico por qué:

Tras una serie de datos analizando los pros y los contras me presenta una “conclusión honesta”:

Conclusión honesta:

Hoy estamos en una encrucijada. La tecnología por sí sola no garantiza ni una utopía ni una distopía: todo depende del enfoque ético, pedagógico y político con que se la implemente. Si dejamos que los intereses del control, la productividad y el beneficio económico marquen el rumbo, nos acercaremos a la distopía. Si, en cambio, situamos al ser humano, su felicidad, su creatividad y su libertad en el centro, podemos construir algo parecido a la utopía.

La pregunta no es solo qué futuro está más cerca, sino: ¿qué futuro estamos dispuestos a construir?

La verdad es que ChatGPT no se moja en exceso, pero bueno, no es esa su función. Le pido que reelabore el texto atendiendo a esta conclusión a la que ha llegado. Respuesta:

Por supuesto. A continuación te presento una reelaboración del texto inicial, ahora más matizada y realista, basada en la reflexión anterior. El futuro que se plantea no es ni plenamente distópico ni utópico, sino un futuro posible que recoge las tensiones actuales del mundo y apunta a una educación más ética, humana y equilibrada con la tecnología.

Año 2050: la educación en equilibrio

En el año 2050, la educación ha cambiado profundamente, pero no ha perdido su raíz humana. Las clases presenciales ya no son diarias, pero siguen existiendo. Un día a la semana, los grupos se reúnen en espacios educativos abiertos y flexibles —a veces en aulas, otras en parques, centros culturales o laboratorios— para compartir aprendizajes, convivir y trabajar en proyectos comunes. No se va solo a aprender, sino a estar juntos.

El resto del tiempo, el aprendizaje continúa en entornos digitales inteligentes que se adaptan al ritmo y a las necesidades de cada persona. La tecnología, potenciada por inteligencia artificial, ayuda a personalizar caminos y a liberar al alumnado de tareas mecánicas como la memorización masiva. Pero no sustituye el pensamiento: lo estimula.

Ya no hay exámenes como tales. Se ha impuesto un modelo de evaluación continuo y cualitativo, basado en retos, en la creación de productos, en la reflexión crítica y en la autoevaluación. Tampoco existen las asignaturas tradicionales: el saber se organiza por proyectos, ámbitos y problemas del mundo real que requieren pensamiento interdisciplinar.

El alumnado no se agrupa solo por edad, sino también por intereses, habilidades y nivel de autonomía. Desde los primeros años, se fomentan las competencias naturales de cada persona: hay quienes destacan en lo artístico, otros en lo técnico, otros en la gestión emocional o en el trabajo en equipo. El sistema acompaña esas diferencias sin etiquetar ni segregar.

Los currículos son flexibles. Cada persona puede trazar su propio camino de aprendizaje con ayuda de tutores y mentores, combinando contenidos obligatorios con áreas de interés personal. La gamificación, los simuladores y la realidad aumentada enriquecen la experiencia, pero no se impone: se combina con el diálogo, el pensamiento crítico y el contacto con la naturaleza y la comunidad.

La educación es para toda la vida. La ciudadanía asiste regularmente a programas de actualización, reflexión y crecimiento personal. Las escuelas de adultos han florecido como centros cívicos de aprendizaje compartido.

Algunas materias han desaparecido, otras han evolucionado. La asignatura de religión, por ejemplo, fue sustituida por espacios de diálogo intercultural, ética, historia de las creencias y filosofía del sentido. En ellos se fomenta la comprensión, no el adoctrinamiento.

El profesorado sigue siendo esencial. Ya no es un transmisor de contenidos, sino un acompañante del aprendizaje. Observa, orienta, plantea desafíos, cuida el clima emocional del grupo. Su papel se ha revalorizado socialmente. Su responsabilidad ya no es vigilar, sino inspirar.

A pesar de los riesgos y desafíos —como la desigualdad digital o el uso indebido de los datos—, la sociedad ha aprendido que educar no es solo enseñar conocimientos, sino formar seres humanos libres, empáticos y conscientes. Por eso, cada avance tecnológico va acompañado de una pregunta ética. Cada innovación, de una reflexión sobre su impacto.

En este 2050, no todo es perfecto. Pero la educación, al menos, ha aprendido a preguntarse para qué y para quién existe.

Para ir finalizando, le pido que dote al texto que escribí en un principio de figuras literarias y lenguaje elevado. Respuesta:

Con gusto. A continuación te presento una reelaboración literaria del texto inicial, empleando un lenguaje metafórico, simbólico y elevado, más cercano a la prosa poética o a la narrativa especulativa de tono lírico:

Año 2050: el crepúsculo de las aulas

En el año 2050, la escuela ya no es un edificio, sino un eco. Las aulas, antaño encendidas por la tiza y la voz, han quedado atrás como reliquias de otro tiempo, como templos abandonados al musgo del recuerdo. El saber ya no se transmite: se descarga. El alumno, más conectado que encarnado, habita un universo de pantallas líquidas, donde la memoria ha sido delegada a las máquinas y la pregunta sustituida por el algoritmo.

Sólo un día a la semana los cuerpos se encuentran. Una jornada ceremonial en la que los estudiantes —no iguales en edad, pero sí en programación— se cruzan en centros de convivencia más que de aprendizaje, como si el roce de las pieles pudiera recordarles que siguen siendo humanos. Allí, entre juegos simulados y sonrisas filtradas, se cultiva la ilusión de comunidad.

Ya no existen las asignaturas, esos viejos continentes del conocimiento. Fueron disueltas en el magma uniforme de las competencias, donde todo fluye pero nada arraiga. La Historia se confunde con las redes sociales; la Literatura, con una cita en neón flotando en un entorno inmersivo. La Filosofía es un archivo obsoleto. La religión, un vestigio borrado por ser incómodo para los sistemas operativos.

Los niños no crecen: son dirigidos. Desde los primeros pasos, los grandes ojos invisibles de la inteligencia artificial observan, calculan, predicen. Así, como jardineros de precisión, los algoritmos trazan las sendas del talento, encerrando la libertad en fórmulas. Se elige estudiar, sí, pero dentro del marco que otros han tejido.

Gamificada hasta la médula, la educación se viste de colores y recompensas. Cada acción es un punto, cada acierto un fueguito. Pero bajo la superficie del juego late el código duro del adiestramiento. El aprendizaje ya no duele ni asombra: entretiene.

Los docentes, otrora faros en la niebla, son ahora centinelas. No enseñan, vigilan. No acompañan, informan. Llevan en sus manos tablets que todo lo ven, que todo reportan. Si un alumno calla demasiado, si su mirada se pierde en un horizonte sin interfaz, se encienden las alertas. El pensamiento libre es una anomalía. La introspección, un error del sistema.

La vida ya no tiene pausas. Se aprende sin cesar, sin tregua, sin descanso. Desde la cuna hasta la muerte, se consume saber como quien bebe agua embotellada: sin sed, por reflejo.

Y los libros —aquellos animales dormidos entre las páginas— ya no existen más que en museos de lo inútil. Porque en este futuro donde todo se recuerda, nadie ya se acuerda de leer.

Aunque no está nada mal, no se lo digo para que no alimentar su vanidad. Le pido que no lo haga tan extenso, que lo condense, y que cambie el final, que no me gusta eso de que nadie lea. Respuesta:

Perfecto. A continuación tienes una versión más condensada y conceptista, con imágenes más afiladas, ritmo más contenido y un final distinto, más sugerente y menos fatalista con respecto a la lectura:

Año 2050: escuela en sombra

En 2050, la escuela es un espectro. No hay pupitres, sino perfiles; no hay recreo, sino recesos de carga. El saber ya no se busca: se descarga. Aprender es deslizar el dedo, no abrir los ojos.

Un solo día a la semana los cuerpos se reconocen, más por protocolo que por anhelo. No hay clases, hay encuentros simulados; no hay edades, hay rutas trazadas por la máquina que mide talentos como si fueran datos contables.

Las asignaturas murieron por compartimentar; en su lugar, un flujo incesante de competencias líquidas donde todo importa, pero nada permanece. La memorización es arcaica: para eso están las máquinas. Pensar es redundante.

La gamificación lo tiñe todo. El saber se gana con puntos, no con preguntas. El error no enseña, penaliza. El juego, sin alma, reemplaza al asombro.

Los docentes no enseñan: supervisan. Son ojos del sistema, no voces del alma. Ante un silencio largo o una duda sincera, activan protocolos de seguridad.

Pero no todo está perdido. A veces, entre la luz azul de las pantallas, alguien descubre una palabra no etiquetada, un verso sin función. Y allí, sin que nadie lo sepa, comienza la resistencia.

Le digo que no me acaba de convencer y me la juego a todo o nada, le pido que la rehaga en verso, al modo de Lope de Vega. Respuesta:

¡Excelente elección! Aquí tienes el texto reelaborado en forma versificada, con ecos del estilo de Lope de Vega: versos octosílabos, tono conceptista, metáforas filosas y una cadencia barroca que intensifica la crítica. He mantenido el espíritu distópico, pero con un cierre que deja una llama encendida de esperanza, al modo de los mejores finales de Lope.

La escuela en 2050

(a la manera de Lope de Vega)

Ya no hay aulas, ni hay tinteros,
ni el rumor de los cuadernos;
solo cifras, solo espejos
donde estudian los modernos.

Un día pisan el suelo,
mas no es por ciencia o por arte,
sino por juego sin duelo
y convivir por parte.

No hay maestro que razone,
ni hay pregunta que resuene:
el saber se da en raciones
y el pensar ya no conviene.

Murió la noble asignatura,
se licuó en “competencia”;
hoy se mide la cordura
según rinde la inteligencia.

No hay edades ni hay niveles,
los agrupan por señales,
y al que duda entre papeles
le activan protocolos friales.

Gamifica el algoritmo,
no hay error que no castigue;
el alumno, cual autómata,
gana estrellas si prosigue.

Y el maestro, ay, triste oficio:
no corrige, no entusiasma;
vigila, firma el servicio
y reporta si hay fantasma.

Mas a veces, sin mandato,
salta un verso en una esquina,
y un alumno, sin contrato,
mira y siente… y se ilumina.

Que aunque el mundo esté cifrado
y se olviden los cantares,
una palabra, en secreto,
puede abrir mil voluntades
.

Si tenemos en cuenta que se trata de una IA, oye, a mí el principio y el final me parecen aceptables. ChatGPT es una herramienta asombrosa, siempre respeta las ideas iniciales que tú le expongas y las desarrolla según le pidas. Si quieres un trabajo serio se pone seria, si quieres dejar volar la imaginación ella te acompaña. Me parece a día de hoy una herramienta imprescindible en el mundo de la enseñanza (y en cualquier otro). Me sorprendo a mí mismo recordando que hice el TFG sin ayuda de la IA no hace tanto tiempo. ChatGPT utilizado de manera responsable potencia enormemente la capacidad de investigar de cualquier docente o estudiante. No veo contraindicaciones achacables a la herramienta, sino más bien las provenientes de aquellos que la usan, que de alguna manera siempre estuvieron ahí (la copia, la desgana y el fraude).


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