Práctica 10. La educación en el 2050. ChatGPT
La educación en 2050.
Los 5 Prompts utilizados con la IA para generar el relato:
- Hola linda! Puedes escribir un relato literario que cuente
un día cualquiera para una estudiante de 17 años en el año 2050? Quiero que la
naturaleza se haya apoderado del planeta y conviva en armonía con los humanos.
- ¿Puedes modificar el texto creado y añadir estas ideas?
Menos consumo. ya no hay humo ni industria contaminante. la gente tiene tiempo
de hacer cosas que les gusta y no trabajan 8h al día, 5 días ala semana. existe
cierta tecnología de uso consciente y respetuosa con el medio ambiente. se vive
de manera más intergeneracional. la música está muy presente y la creatividad
es valorada.
- ¿Le podrías dar un toque de Realismo mágico e inventar
algunas palabras nuevas?
- Me encanta. Muchas gracias. Ahora quisiera que el mundo de la industria y fábricas fuesen centros sociales accesibles para todo el mundo y que hubiese unas máquinas del tiempo naturales para estar con tus seres queridos muertos y con artistas de otros tiempos. Las cárceles ya no existen y la gente sufre golpes de conciencia si elige no hacer el bien para los otros en lugar de un castigo. Hay servicios sociales voluntarios por todos lados. Los humanos tenemos la capacidad de empatía y hemos desarrollado ciertos instintos animales que andaban dormidos. Muchas gracias.
- Puedes, por favor, añadir algo más sobre la adquisición de conocimientos lingüísticos, de ética, arte y matemáticas, el desarrollo de los talentos en el estudiantado, aprendizaje cooperativo con algún ejemplo en el que naturaleza y tecnología se mezclen para fomentar la creatividad de los jóvenes y las jóvenes. Muchas gracias.
Muestra de los dos relatos:
Primer relato: "Verde Latido"
A las seis de la mañana, la luz suave del sol filtrándose entre las hojas
del techo de enredaderas activó el suave zumbido del despertador orgánico. Una
mariposa azul se posó sobre el vidrio de la ventana viva, que respiraba
ligeramente, abriendo sus poros como una piel vegetal para dejar entrar el aire
fresco del bosque.
Sira se desperezó, sintiendo bajo sus pies descalzos el musgo tibio que
cubría el suelo de su habitación. En 2050, las casas no eran de cemento ni de
hierro: crecían. La suya era un ciprés hueco modificado por bioingeniería, con
paredes de madera viva que se adaptaban a las estaciones. Su cama, mullida como
una nube, estaba hecha de fibras de bambú y pétalos endurecidos.
Desde su balcón, el paisaje era un poema verde. La ciudad de NeoTierra se
desdibujaba entre las copas de los árboles; los edificios eran terrazas
escalonadas de jardines comestibles, y las calles, senderos de piedra suave por
donde corrían riachuelos que susurraban noticias entre las raíces. Las
bicicletas solares pasaban como libélulas, y por encima, los gliders planeaban
impulsados por corrientes cálidas.
Sira bajó por una liana automática que descendía al nivel del bosque. En el
comedor, su madre ya había conectado el fruto del día a la mesa-alimento. Un
mango resplandeciente, maduro como un sol en miniatura, ofrecía energía
suficiente para la mañana. Nada de empaques. Nada de plástico. Todo era
biodegradable, cultivado, compartido.
La escuela quedaba a unos cinco minutos en zancudo eléctrico, una especie de
criatura artificial con patas largas de caña reforzada y un núcleo de energía
musgosa. En el trayecto, Sira saludó a los ciervos que pastaban entre las
plazas-jardín. Algunos chicos jugaban con zorros domesticados, otros leían
sentados en las ramas.
Las aulas estaban hechas de árboles entrelazados, con techos florales que
abrían y cerraban según el clima. Ese día, la clase de Historia Planetaria se
impartía junto a un lago. La profesora, una mujer de cabello enredado con
flores silvestres, habló de la Gran Reconciliación del 2035: el año en que la
humanidad dejó de ver a la Tierra como recurso y comenzó a verla como madre,
como hermana, como hogar.
—No reconstruimos el mundo —decía la profesora, mientras una marioneta de
raíces se movía a su lado—Lo dejamos sanar… y él nos enseñó a vivir de nuevo.
En la tarde, Sira asistió a su taller de Simbiosis Avanzada. Su proyecto
consistía en diseñar un nido tecnológico que sirviera tanto a las aves como a
los drones-polinizadores. El equilibrio era la clave: todo debía servir a más
de una especie.
Antes de volver a casa, subió a su árbol favorito. Desde allí, al caer el
sol, podía ver el horizonte donde los rascacielos verdes se perdían en la
niebla del bosque. Oyó los cantos nocturnos de los grillos, que ahora
funcionaban también como sensores ambientales.
Respiró hondo. La noche tenía el olor húmedo de la tierra fértil. A veces,
su abuela le contaba cómo era antes: el asfalto, el humo, las pantallas grises.
Sira no podía imaginarlo. Para ella, el mundo era este: vivo, palpitante,
tejido entre raíces, savia y sueños.
El planeta no se salvó por la ciencia, ni por las leyes, ni siquiera por la
desesperación.
Se salvó porque alguien, en algún momento, se atrevió a imaginarlo
diferente.
Y ese latido, el latido verde, aún resonaba en cada rincón de su día.
Relato final: "Verde Latido"
A las seis de la mañana, el despertasol vibró con un murmullo dulce, como el
zumbido de una flor que recuerda su origen. La luz entró en la habitación en
forma de brilucios, esas partículas doradas que bailan cuando
el día despierta contento. Sira abrió los ojos con lentitud felina. Desde que
la humanidad se reencontró con la vida, todos llevaban dentro un poco de
animal: oído de ciervo, piel de lobo solar, olfato de ternura.
Se estiró sobre su cama de musgohondo, y el piso de simbrita
respondió como siempre, liberando su calor acogedor. La casa —un arbolario—
respiraba con ella, en una danza lenta y sabia. Desde el balcón, Sira miró el
mundo: las copas de los árboles danzaban, el río cantaba con su propia lengua
líquida, y más allá, donde antes se alzaban chimeneas y fábricas, ahora
relucían los centros corazonales: antiguos monstruos
industriales convertidos en espacios de creación, encuentro, y juego.
Esos lugares donde antes se forjaba humo y explotación ahora alojaban
orquestas de barrio, bibliotecas del viento, laboratorios de sueños y cafés con
narradores errantes. El acero oxidado florecía con enredaderas de memoria, y
las paredes conservaban huellas de manos que alguna vez trabajaron hasta el
agotamiento. Ahora, se ofrecían para sanar, para abrazar, para recordar sin
dolor.
Bajó al comedor flotante. Allí estaba su abuela jugando cartas con una loba
sabia, su madre escribía versos con un zorro a los pies, y Tammián —la tortuga
anciana que sabía demasiadas cosas como para decirlas de golpe— sorbía jugo de
luciérnaga con su habitual lentitud reverente.
Durante el desayuno, alguien habló de visitar un cronocauce,
uno de esos ríos encantados que, al sumergirse en sus aguas lúcidas, permitían
encontrarse con quienes ya se habían ido. No era una ilusión: era un cruce de
planos, natural y profundo. Sira pensó en su padre, que le enseñó a escuchar a
los grillos como si fueran sabios. Tal vez iría a verlo ese domingo.
—Recuerda —dijo la abuela—, el tiempo no es línea. Es espiral. En los
cronocauces, basta sentir para viajar.
Después del desayuno, Sira pasó por la Escuela
del Latido Compartido, una casa viva construida entre los brazos de un
ceibo ancestral. Allí no existían aulas fijas ni horarios rígidos, pero cada
rincón era un nido de saber. En la Sala de
Palabras Errantes, los jóvenes aprendían lenguas antiguas y nuevas, no
solo humanas: se estudiaba la gramática del viento, la sintaxis del canto de las
aves, y los signos silenciosos del agua cuando quiere decir algo. La lengua
era, sobre todo, una forma de escucha.
En la Espiral
de Éticas Simbióticas, se reflexionaba colectivamente sobre decisiones
pasadas y futuras, partiendo de dilemas reales. Un grupo analizaba un conflicto
entre dos comunidades que compartían un bosque de luciérnagas; otro discutía
cómo actuar cuando una IA forestal se volvió melancólica por falta de poesía en
los mensajes que le dejaban.
El Jardín
de las Matemáticas Sensibles estaba sembrado de fractales vivos. Allí,
se construían patrones con ramas, flores y luz. Todo número tenía su eco visual
y emocional. Las niñas y los niños resolvían problemas mientras tejían redes de
hongos fluorescentes interconectados, que mostraban soluciones en forma de
ritmos y colores cuando se tocaban con respeto.
El arte era parte del aire. Bajo una gran
cúpula de hongovidrio, se practicaba la composición
biotecnológica: pintar con musgos programables, esculpir con arcilla
que recuerda las manos, o escribir poemas en cortezas digitales que susurraban
en distintas voces. Una vez por semana, se celebraban los Días de Mestizaje Creativo, donde
aprendices de distintas edades mezclaban talento y curiosidad.
Ese día, Sira participó en un Taller de Ingeniería Lírica, donde niñas
diseñaban puentes que no solo cruzaban ríos, sino también emociones. Su grupo
creó uno que, al pasar sobre él, traducía el estado anímico en colores
flotantes y frases en braille de pétalos. Lo llamaron El Puente que Acompaña.
En todo aprendizaje, se honraba el ritmo de
cada cual. Nadie corría. Cada estudiante tenía un mapa de talentos que mutaba como los helechos, y eran
las propias preguntas las que abrían el camino.
Después del desayuno, Sira decidió ir a la Plaza Transparente, donde cada
semana se reunía un grupo de voluntarios espontáneos para las acciones
tejedoras: cuidar plantas olvidadas, contar cuentos en hospitales del
alma, o simplemente sentarse con quien no tiene con quién.
Ya no existían cárceles. Nadie encerraba a nadie. Cuando alguien hacía daño,
sufría un quiebro de conciencia, un fenómeno inevitable: una
especie de temblor interior que lo hacía detenerse, llorar a veces, y
recomenzar desde el vínculo. No era castigo. Era memoria empática. Todos sabían
que el bien ajeno era también el propio, no por deber, sino por instinto reencontrado.
En el camino, Sira cruzó uno de los puentes de escucha,
estructuras sonoras que recogían pensamientos vagos de los caminantes y los
convertían en melodía. Oyó una sinfonía hecha de dudas, sueños y disculpas. Le
pareció hermosa. El mundo entero vibraba con sinceridad.
En la antigua fábrica de metales, ahora llamada La Corazón Mecánico,
conoció a un grupo de niños que hablaban con Salvador Dalí a través de una florhoraria:
una planta capaz de abrir pliegues del tiempo al ser regada con agua de
eclipse. En otra sala, una mujer abrazaba a su hermana muerta hacía veinte
años, entre lágrimas silenciosas y mariposas que nacían en su piel.
A la tarde, Sira regresó a casa caminando sobre sus pies silvestres. Sentía
todo: el crujido de las ramas, el aviso de una lluvia lejana, el suspiro de un
gato que no se veía. Tenía el oído más agudo que nunca, el corazón atento, y
algo de murciélago en los huesos. Era parte de la nueva humanidad: despierta,
múltiple, suave y feroz a la vez.
Esa noche, se acostó en su rama de siempre. El cielo se abrió con un rugido
lento de estrellas. Su hermano dormía en una hamaca de sueños. Tammián contaba
cuentos sin palabras. Un grupo de jóvenes cantaba cerca del río, acompañados
por un ciervo que hacía percusión con sus pezuñas.
El mundo era otro.
Y sin embargo, era el mismo, pero recordado.
Porque no fue una revolución. Ni un decreto. Ni un milagro.
La Tierra cambió cuando la gente empezó a sentir.
Cuando eligieron la vida, no por miedo, sino por deseo.
Desde entonces, el lativerde no se detuvo más.
Sigue latiendo, en cada árbol, en cada ser, en cada instante compartido.
A. A. ¿Conoces la herramientas de ChatGPT?
¿Qué opinas del uso de la IA en Educación?
Conozco la herramienta ChatGPT desde hace
un par de años, pero no he jugado con ella ni la he utilizado hasta este
presente Master. Tras este año, y más en concreto tras haber cursado la
asignatura de Investigación en TIC, me ha cambiado la perspectiva del uso de la
IA en educación. Ahora considero que es importante manejarse con ella y ver qué
posibilidades nos ofrece como usuarios y tenerla como aliada para la docencia.
Ya no es cuestión de que los chavales y las chavalas nos cuelen trabajos hechos
enteramente por IA. Hay que ir un paso más allá e introducirla en el aula como
herramienta, jugar con ella, acercarnos con curiosidad y ver qué partido se le
puede sacar. Sin abusar de su uso, pero tampoco darla de lado. Yo, que siempre
he sido anti-tecnologías y pro-analógico a muerte, esta vez me flexibilizo y
decido jugar. Creo que es más inteligente.
B. B. ¿Ha sido difícil su uso? Comenta si te ha ayudado o te ha dificultado el trabajo.
Su uso ha sido fácil y amable y me ha
facilitado el trabajo. Tan sólo para el tema de generar imágenes he encontrado
lentitud y no ha correspondido a mis primeras expectativas. En este sentido me
ha sorprendido por sus respuestas autónomas en las que me indicaba maneras de
mejorar y afinar más en mis peticiones y pronts. A-lu-ci-nan-te.
C. El
relato que has obtenido ¿es similar al que tú hubieras escrito?
Creo que la idea principal sí que se corresponde al relato
que yo hubiera escrito, pero en muchas cosas no me veo reflejada. Hay un uso
excesivo de palabras inventadas que no son exactamente inventadas (cosa que yo
le pedí). Pero no son tan inventadas, sino más bien son palabras compuestas o
derivadas de algunas ya existentes. A veces desarrolla una narrativa algo más
imaginativa a partir de los pronts dados y otras, sin embargo, coge
literalmente la idea que le he dado y no la transforma ni la desarrolla mucho.
Esto me ha resultado curioso. Por lo general he quedado satisfecha con el
relato que ha generado.

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